Por Alejandra Lazo Corvalán. Antropóloga. Investigadora MOVYT. Académica Universidad Los Lagos.
Cuando pensamos en la movilidad cotidiana, a menudo imaginamos los movimientos de personas que ocurren en las grandes ciudades y metrópolis, olvidándonos de lo que sucede en las pequeñas localidades más aisladas de nuestro país, donde los y las habitantes se movilizan frecuentemente a las ciudades mayores por motivos de trabajo, estudios u otras actividades. Esta situación genera desplazamientos cotidianos que se conocen como conmutación y se realizan en modos de transporte que implican a menudo trayectos complejos, como caminar varios kilómetros, andar a caballo, utilizar la bicicleta, “hacer dedo”; al mismo tiempo que suponen poner en marcha recursos, capitales y competencias, así como nuevas formas de organización del tiempo y el espacio.
Desde una perspectiva territorial, estas movilidades evidencian un alto nivel de desplazamientos cotidianos en el hinterland (interior del territorio). Sin embargo, las dinámicas espaciales de estos asentamientos poseen una particularidad: la densa interacción sociocultural definida por los flujos de población rural de origen indígena, lo que indica que no es suficiente visibilizar la dimensión territorial de la movilidad sino que además, es importante comprender la dimensión intercultural de los grupos humanos que allí habitan.
Esta dimensión intercultural de la movilidad nos permite visualizar dinámicas inherentes propias de las ciudades del sur de Chile, donde la matriz territorial-cultural juega un rol importante en los significados que adquiere el desplazarse. Sin embargo, ello no excluye a lo urbano pues estas conexiones siempre han estado presentes generando una territorialidad en red producto de las conmutaciones cotidianas entre territorios diversos. Así, las movilidades permiten comprender no sólo el ámbito físico-natural y el espacio de vida, sino que también el “espacio vivido” y “practicado”, como elementos fundamentales del espacio intercultural cotidiano, tal como se observa en las opiniones de las participantes de la investigación “La Movilidad en su Ambiente: Etnografía de la experiencia de los conmutantes de las ciudades de Osorno y Puerto Montt”:
“Se ha olvidado lo que es vivir como mapuche, porque no es lo mismo viajar a patita, sentir la tierra, que viajar en locomoción en donde yo insisto, no te saluda nadie, nadie hace nütram con otro, todos andan con su celular y esas cositas”
“Cuando voy como mapuche siempre llevo un mate, siempre estoy llevando yerbita ¿me entiende? Para compartir, en cambio, como winka, no, porque yo voy a hacer un papeleo, voy a buscar mi mercadería por decirlo de alguna manera y de ahí me vengo no mas”
“Somos bien viajeros, sobre todo cuando hay ceremonia, ahí somos bien buenos para viajar, para hacer mingas, para ayudar a los lamienes igual”
“Se viaja en un vehículo, arriendan vehículo o en el bus de recorrido, pero siempre he visto más gente haciendo dedo. Hay gente que entra a trabajar a dedo, hay gente que tienen que ir a Osorno y se van a dedo donde no hay locomoción y ya cuando llegan acá a Entre Lagos y ahí se van en bus”
La movilidad cotidiana es parte de la identidad actual de las poblaciones rurales e indígenas, pues en esta cotidianeidad móvil hoy se integran nuevos artefactos y tecnologías para desplazarse. Categorías como tüwün (el lugar de origen), rüpu (camino), permisos, trafkintu (intercambio), memoria del viaje, entre otros, cobran fuerza y hacen que la experiencia de moverse sea particular, dando cuenta de aquello que se ha denominado la movilidad en su ambiente. Desde esta lógica, conviene subrayar también que las dificultades que implica viajar no sólo se ven acentuadas por la condición intercultural de los habitantes, sino que además las condiciones materiales y las desigualdades territoriales tienden a acentuar estas experiencias. Muchos habitantes de estos territorios han migrado a la ciudad o hacen diariamente viajes laborales complejos para no tener que dejar su tüwünde, por ejemplo.
Así se hace cada vez mas relevante analizar las movilidades rurales y su componente intercultural considerando los ritmos, espacios y actividades propias de los habitantes de estos territorios, lo que conlleva a un distanciamiento respecto de la perspectiva teórica y metodológica del estudio de la movilidad netamente urbana. Esto exige la creación de estrategias para analizar las experiencias cotidianas de movilidad de sus habitantes con tradiciones, costumbres y prácticas particulares, que se mezclan y se superponen con las movilidades más urbanas.
Esta columna fue publicada en Revista Pedalea
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