Por Ariel López. Doctorante MOVYT
“El Niágara en bicicleta”, la canción del popular músico dominicano Juan Luis Guerra, relata con sabor y resignación una experiencia de atención en el deplorable sistema de salud pública de su país, que se asemeja al nuestro cuando quienes no tienen dinero para pagar, mueren.
Este escenario se pone de manifiesto con la pandemia del COVID-19 que comenzó en China para, luego, dar la vuelta al mundo y tardar solo 34 días en llegar a Chile. También permite analizar la situación desde la perspectiva de la movilidad: el virus es móvil porque sus huéspedes -nosotros, los humanos- nos movemos. Sin embargo, no todos nos movemos igual.
Históricamente, las personas con mayores ingresos han podido pagar el privilegio de una alta movilidad. Hoy, en cambio, esta tortilla se da vuelta y es la inmovilidad la que se convierte en un lujo para quienes pueden seguir teniendo techo, comida, salario y salud en medio de la pandemia.
En Chile, la mitad de los trabajadores tiene un salario inferior a los cuatrocientos mil pesos mensuales, ingreso que no permite mantenerse en casa sin trabajar y comprar alimentos para almacenar. Más aún si consideramos que un segmento importante de la población compra alimentos por unidad, fracción o a crédito. Estas personas se ven obligados a salir y movilizarse para conseguir el sustento diario, exponiéndose al contagio propio y de sus cercanos.
Por eso parecen tan inútiles las políticas de cuarentena decretadas por las autoridades en las comunas más ricas del país, sin comprender la realidad móvil de la población. La medida se asemeja a decretar una zona para orinar dentro de la piscina, en vez de impedirlo en la totalidad.
El COVID-19 nos cambió la forma de entender la salud. Cada uno está sano solo si su comunidad lo está, lo que pone en valor la colaboración y el bienestar colectivo por sobre la competencia y el confort individual que estructuran nuestra sociedad actual.
En este contexto aparece la bicicleta que, históricamente, ha sido el modo de transporte más popular, económico y eficiente de todos. Los terremotos y catástrofes han evidenciado que, además, es el modo más resiliente. Y la actual pandemia vuelve a instalarla como el modo más seguro para desplazarse, pues permite mantener la distancia social, un alto grado de ventilación, evita las aglomeraciones, está expuesta al sol, sus superficies de contacto son generalmente manipuladas solo por su usuario o usuaria, no tiene costo de energía, y no contamina el aire que respiramos. Así, contribuye también a reducir las partículas contaminantes que enferman cada invierno a la población, saturando los hospitales.
De esta manera, la seguridad que brinda la bicicleta se convierte en un aporte a la protección que necesitan nuestras comunidades en este momento. En este marco, las organizaciones ciclistas pueden ser claves en atender las necesidades territoriales utilizando la bici logística para cuidar a familiares, amigos y vecinos.
Es muy duro pasar el Niágara en bicicleta, pero esta pandemia la pasaremos unidos.
Esta columna fue publicada en Revista Pedalea
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