Paola Jirón. Directora MOVYT. Académica FAU UChile.
Cuando pensamos en la movilidad desde una mirada feminista- sea desde el caminar, andar en bicicleta o en el espacio público-, automáticamente recordamos el menor uso que las mujeres hacemos del territorio. Tememos movernos solas frente al riesgo de ser acosadas, abusadas, violentadas o manoseadas en los viajes cotidianos.
Este miedo es algo que el feminismo ha podido visibilizar, analizar y criticar desde hace tiempo. Así, se han promovido ciudades más seguras mediante mejoras al diseño. Sin embargo, la sensación de miedo e inseguridad no ha cambiado ya que la forma de habitar estos espacios se mantiene.
La mirada feminista entrega una oportunidad a todas y todos de transformar los espacios donde habitamos, lo que hace que este 8 de marzo sea particularmente relevante en un momento tan revolucionario para nuestro país, sobre todo, en las ciudades y territorios donde nos movemos las mujeres.
Este espíritu transformador apunta a cambiar la sociedad desde sus cimientos político-emocionales, eliminando los sesgos de la sociedad patriarcal para construir una más consciente, respetuosa, equitativa, colaborativa y sensible. Este cambio es profundo, no apela solo a modificar estructuras políticas, económicas, ambientales y sociales, sino que nuestras relaciones con los demás, y para esto es fundamental perder el miedo al otro.
El feminismo abre una puerta a esta transformación que no es sencilla para nosotras mismas, los hombres ni la sociedad completa. Nos invita a pensar en colectivo, a ser sensibles, apoyarnos y no actuar individualmente, a transformar más que a reproducir divisiones de etnia, clase o sexualidad. Esto exige empoderar a niños, niñas y mujeres, pero también involucra una transformación de los discursos y prácticas de los hombres.
Las mujeres llevamos años en este proceso de transformación, y aún nos queda mucho, pero los hombres no pueden seguir victimizándose, haciéndose los lesos, diciendo que nunca les enseñaron, que no pueden cambiar, que les cuesta, que no saben cómo hacerlo, que no pueden dejar de violentarnos, que no pueden tratar de manera igualitaria a las mujeres en toda su diversidad.
Tenemos que desmantelar las practicas patriarcales en las formas de construir ciudad y de habitar. En el ámbito del urbanismo y la movilidad no es suficiente con mejorar los espacios- iluminarlos, limpiarlos, ampliarlos, despejarlos-, si los agresores no cambian, si las niñas, jóvenes y mujeres siguen teniendo miedo, si la carga de la ineficiencia del transporte la asumen solo las mujeres, si los hombres aun no generan prácticas transformadoras para que esto no suceda.
Queremos cambiar la forma en que se genera conocimiento y queremos que esos conocimientos sean considerados válidos. Que no sean solo hombres expertos quienes decidan cómo mejorar los espacios para habitar la ciudad y los territorios. Tampoco podemos seguir basándonos sólo en las experiencias de otros países para aplicarlas aquí, de manera homogénea, en todos los territorios del país.
La mirada feminista cuestiona la forma en que se genera conocimiento y busca ampliar las bases de cómo aprendemos desde múltiples fuentes, buscando lo mejor en cada situación. Desde el norte se propone que los niños y niñas aprendan a ser autónomos e independientes en su movilidad, desde pequeños. Esto implica ser individualista y que cada uno se defienda solo, cuando deberíamos cuidarnos entre todos, movernos juntos si es necesario y protegernos mutuamente.
La interseccionalidad nos habla de nuestras diferencias, de que no todas somos iguales en desventajas ni en dificultades. No solo es difícil ser mujer en ciudades grandes, también es complejo ser una mujer joven, o una mujer adulta mayor, una mujer en etapa de crianza, una mujer que cuida o una mujer migrante, en ciudad grandes, pequeñas o en zonas rurales. No logramos vislumbrar la diversidad de complejidades de nuestros territorios frente a la universalización impuesta por la modernidad.
Claro que suena amenazante, desbordante, que cuesta tanto cambio tan rápido, cambiar las formas en que estamos acostumbrados a vivir. Pero si no lo hacemos seguiremos igual. Igual de mediocres, de desiguales, de privilegiados algunos, de insatisfechas.
Esta columna fue publicada en Revista Pedalea
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