mayo 14, 2020

Por Comunicaciones Movyt

COLUMNA Smart Cities en la era del Coronavirus

Constanza Ulriksen. Núcleo Milenio Movilidades y Territorios MOVYT

Han transcurrido semanas desde que decretaron cuarentena en diversos territorios chilenos. Países en el resto del mundo operan confinamientos desde distintas lógicas y en la prensa nacional e internacional se publican diariamente cifras de contagiados, fallecidos, test realizados, impactos diversos y profundos en la economía. En medio de esta crisis surge la inquietud por conocer cuál es la visión e iniciativas del modelo de Smart Cities (Ciudades Inteligentes).

El concepto de Smart Cities se ha transformado en un tema recurrente en el desarrollo urbano contemporáneo y en la visión de la urbe del futuro, asociándola con una ciudad eficiente, tecnológicamente avanzada, sustentable o “verde” e inclusiva socialmente. Mientras sus promotores defienden su fe en la tecnología como medio para mejorar la calidad de vida urbana, sus detractores critican al concepto por su visión empresarial y neoliberal de la ciudad.

Revisando el actual escenario de pandemia, distintos artículos sobre Smart Cities en sitios web especializados y en redes sociales afines del norte global, proponen ideas para enfrentarla, la mayoría en la lógica de generación de datos y de soluciones tecnológicas, principalmente aplicaciones o Apps de trazabilidad de casos de contagios. En nuestro país, el gobierno ha seguido esta tendencia y ha lanzado la CoronaApp, aplicación para la prevención de contagios basada en la autoevaluación de síntomas, y la entrega y recepción de información sobre la pandemia. Ésta fue anunciada por el Presidente Piñera a través de su cuenta Twitter hace unos días, indicando que está disponible a través de las tiendas de Apple y Google y que ya tiene más de diez mil descargas. Si bien esta App promete cierta trazabilidad del virus, ha presentado importantes problemas de protección de los datos personales.

Por su parte, el futuro urbano post-pandemia de las Smart Cities está repleto de iniciativas de inteligencia artificial (IA) –también enfocadas a la detección de contagios– tales como cámaras de detección de fiebre a la entrada de recintos o servicios; y el Big Data declarando “tener la llave para combatir la pandemia”. Se auspicia un futuro “manos-libres” evitando todo contacto físico, con puertas y ascensores de IA siendo abiertos por reconocimiento facial o de voz. Se prevé también un fuerte rol de la automatización, como la fabricación lights-out (fábricas a oscuras), con instalaciones completamente automatizadas que no necesitarán de una plantilla humana; un nuevo impulso a los vehículos autónomos, en especial para el transporte de mercancías; o robots realizando check-in en hoteles. El teletrabajo y la educación a distancia reforzarían además el “Internet de las cosas” (IoT en inglés), las Apps para socializar, entre otras. Se espera incluso que los ingresos por parte de los softwares de IA asociados a Smart Cities aumenten en 700% para el año 2025.

Así, el distanciamiento físico-social como modo de vida –de habitar, trabajar, moverse, socializar– inunda varios de los nuevos referentes e iniciativas del mundo Smart, respondiendo con soluciones tecnológicas a esta nueva “necesidad” de los habitantes urbanos en la era del coronavirus: mantenerse alejado de personas contagiadas.

Sin embargo, las ciudades representan el principal motor de innovación e intercambio para el modelo de Smart Cities: lugares vivos, cuya energía y atractivo dependen de personas dispuestas a reunirse. Cabe entonces preguntarse dónde está la ciudad vibrante en estas nuevas estrategias Smart, o, en otras palabras, dónde estarían las Cities en el modelo de Smart Cities. En la era del Coronavirus que comenzamos recién a vivir, ¿debemos resignarnos a la decadencia de la vida urbana y planificarnos para ciudades de distanciamiento y reducción de la interacción social? ¿Cuál es el aporte a la ciudad y a la vida urbana por parte del enfoque de las Smart Cities en la era Covid19?

Una pregunta incluso más relevante para la realidad urbana de Chile y de nuestro continente sería ¿es realmente posible este futuro urbano tecnológico de control sanitario y social, en particular, si se considera no solo nuestra débil infraestructura digital, sino, además, la precariedad en la disponibilidad de datos y, en general, de los servicios públicos?

En Chile si bien el 87% de la población cuenta con Internet, la mayoría se conecta a través del celular (OECD, 2020). Tal cobertura es, además, muy desigual territorialmente. En efecto, diversos territorios no cuentan con cobertura de Internet móvil por diversas razones, una de ellas porque las compañías de telecomunicaciones no instalan sus antenas por temor a ser robadas o destruidas. Y si hablamos de Internet fijo para desarrollar actividades cotidianas básicas (para quienes pueden) como trabajar, educarse, abastecerse, cuidarse, etcétera, la cobertura llega a un 50%, también con amplias desigualdades territoriales. En particular, las zonas rurales o de bajos ingresos se conectan a servicios con menos capacidad (2G y 3G), que no hacen posible realizar video llamadas y usos más intensivos. Además, aunque los estratos altos cuentan con más del 80% de cobertura 4G – frente a un 30% en los estratos bajos – la calidad de la cobertura en Internet hogar en estos tiempos de confinamiento ha bajado mucho, con redes en zonas residenciales que no logran cubrir el aumento en la demanda de tráfico de datos.

Por otro lado, en nuestro país se ha mantenido por semanas la polémica del “callejón sin salida”, lugar en el que están científicos y epidemiólogos por la falta de datos para alimentar posibles sistemas de trazabilidad de contagios Covid19. Los modelos de trazabilidad abundan, pero no están disponibles los datos para ponerlos en funcionamiento. Titulares como “a la mesa de datos del Ministerio de Ciencias le hacen falta datos”, evidencian la incapacidad de tomar decisiones de una manera más diligente, en particular, considerando que se trata de vidas que se pueden salvar. Es decir, no tenemos datos para alimentar varios modelos creados por científicos, pero sí tenemos una App ¿es eso inteligente?

En el ámbito del futuro urbano la pandemia hace más evidente que el enfoque de Smart Cities se especializa en soluciones tecnológicas fragmentadas y todavía profundamente inequitativas, es decir, solo algunos podrán acceder a sus beneficios. Más aún, los marcos conceptuales y discursos que utilizan los promotores de las Smart Cities, confunden y distorsionan procesos de tomas de decisión, donde la prioridad o la urgencia parece estar en la tecnología o App a adoptar. Sin embargo, tanto el manejo de la pandemia como el futuro de las ciudades requieren de políticas públicas que respondan a una complejidad que ninguna plataforma o sistema de Big Data puede abordar. Basta ver el ejemplo de Estados Unidos, el país mejor preparado en el mundo para enfrentar una pandemia según el Global Health Security Index (GHS), pero que lleva la delantera en el número de fallecidos.

Solo el trabajo colaborativo, pertinente con las necesidades de nuestros territorios, con enfoque en la diversidad de propuestas, transdisciplinario, con liderazgos claros, y una gobernanza tanto vertical como horizontal, hará nuestras futuras ciudades más resilientes y sustentables. En suma, Smart Cities es la inteligencia colectiva desplegada en nuestros territorios. Un ejemplo de ello son las ciclovías provisionales que se están implementando en ciudades como Bogotá, Ciudad de México, Vancouver, Berlín, Budapest y Milán. La bicicleta como medio seguro frente a la posibilidad de contagios tiene, además, un potencial enorme para la descongestión de nuestras ciudades y aporta a disminuir las emisiones de CO2.

Los tomadores de decisión deben, una vez más, ser cautos en darle a la tecnología el protagonismo del futuro de las ciudades en la era del coronavirus. En sus manos están presupuestos fiscales magros que requieren ser aprovechados para que las ciudades del mañana estén preparadas para la siguiente crisis sanitaria o ambiental, que puede ser mucho antes de lo que pensamos.

Esta columna fue publicada en Revista Pedalea 

 

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