marzo 4, 2021

Por Comunicaciones Movyt

COLUMNA: Afectos y cuidados en la ciudad de la pandemia

A casi un año de la declaración de estado de excepción por la pandemia de Covid 19, hemos visto cómo el virus ha impactado profundamente las formas en las que habitamos los territorios. En la intimidad del hogar -donde hemos tenido que desarrollar actividades como la educación y el trabajo-, se ha evidenciado la fuerte carga de las tareas domésticas y los múltiples cuidados familiares que recaen principalmente en las mujeres. Simultáneamente, en las calles, ciudadanos y ciudadanas han asumido un autocuidado individual o comunitario que muchas veces ha reemplazado o suplido la necesaria protección sanitaria, laboral o estatal en tiempos de crisis.

El cuidado está relacionado con lo ordinario y rutinario de nuestra vida diaria, muchas veces partes ocultas, secretas, íntimas de nuestra vida cotidiana que son invisibles e incomprendidas para el desarrollo de las investigaciones o de las intervenciones urbano-territoriales. Sin embargo, las personas asumen diversos roles y realizan múltiples actividades y todas ellas ocurren en relación con el espacio. Observar estas actividades cotidianas puede parecer insignificante, pero es justamente en esos momentos donde la vida se vuelve más nítida, vívida y tangible. Allí aparecen los conflictos, por ejemplo, cuando una persona está intentando simultáneamente ser madre, hija, esposa, trabajadora y vecina. Y es allí también donde yacen posibilidades de agencia para la transformación.

De ahí que en el análisis de la vida cotidiana podamos ver aparecer múltiples desigualdades sociales, aspecto que será clave para comprender la vida urbana contemporánea, pues una experiencia puede ser tan distinta a otra, aunque se lleven a cabo en contextos aparentemente similares. Si continuamos observando desde una sola perspectiva que mira el espacio desde una distancia, sin ver las micro prácticas del habitar cotidiano, el análisis urbano puede ocultar los aspectos más desconocidos de la vida, aquellos que son esenciales para entender cómo las ciudades se viven realmente.

La movilidad permite observar la manera en que los habitantes enfrentan la fragmentada vida moderna de nuestra sociedad, donde prima un pensamiento binario que diferencia lo público de lo privado, el ocio de lo laboral, la mente del cuerpo. La forma en que nos movemos todos los días nos evidencia cómo, a medida que recorremos la ciudad, vamos uniendo los pedazos que han sido pensados, diseñados y producidos de manera fragmentada, sin considerar que vivimos la ciudad como un continuum. Así, realizar nuestras diversas actividades día a día implica complejos desplazamientos, que se tornan más difíciles si están diseñados para un solo tipo de persona -un prototipo universal-, que se mueve de manera pendular por la ciudad.

La intensidad de estos movimientos se ve, en general, como un aspecto negativo asociado a un incremento del cansancio, tedio y estrés en la vida cotidiana, sin embargo, también es fundamental en nuestras vidas. Es en este movimiento donde podemos observar parte importante de los cuidados que no siempre son considerados como tales. Cuando vamos a comprar, a dejar a los niños, acompañamos a un abuelo al médico, pagamos cuentas, visitamos a alguien, paseamos o damos comida al perro o al gato, resolvemos y reproducimos la vida. Así, la vida cotidiana puede ser analizada desde un punto de vista político, pues si la asociamos a lo rutinario y tedioso que puede significar una vida determinada absolutamente por lo laboral estaríamos impulsados a transformarla.

Una ciudad que cuida colaborará con las prácticas de cuidados, las que nos permiten criar, comunicarnos, mantener la salud, protegernos, apoyarnos y alimentarnos, es decir todas las que nos ayudan a reproducir la vida humana y no humana. Este tipo de ciudades también contará con lugares adecuados para el cuidado como guarderías, hogares, hospitales y centros de salud, parques, bibliotecas y museos, huertas comunitarias, espacios para hacer ejercicio, descansar, compartir, discutir, reciclar y cooperar, entre muchos otros. Estos lugares pueden ser públicos o privados, como las viviendas que muchas veces no tienen dimensiones adecuadas, ni tampoco diseño, localización, flexibilidad, funcionalidad o propiedad.

Además necesitamos materialidades del cuidado, estos sonobjetos, cuerpos, edificios o materiales que se vinculan y dan forma a la naturaleza y posibilidad de los cuidados como los pavimentos, coches de guagua, automóviles, viviendas o edificios. Por otro lado, es importante considerar la movilidad del cuidado, que incluye los tiempos de desplazamiento a múltiples actividades, lugares y con distintos propósitos, pero también los modos en que nos movemos, las calidades de los espacios por donde nos movemos, incluyendo pavimentos, ciclo sendas, calles, semáforos, buses, trenes, etcétera y, también, la experiencia de movernos por la ciudad.  Además, hay que pensar en los trayectos en donde llevamos a cabo estas prácticas de cuidado de manera continua y a través de las cuales unimos todas esas formas urbanas que fragmentan la ciudad y por ende, la vida. De esta forma dejamos de entender la ciudad como “pedazos” y la empezamos a ver como espacios que se relacionan por medio de trayectos que realizamos día a día.

Finalmente, es importante considerar quiénes son sujetos de cuidado, que no son solo quienes lo reciben, sino también quienes lo otorgan. Muchas veces alguien da y recibe cuidado de manera interdependiente. Además, también hay quienes cuidan de manera permanente sin considerar sus propias prácticas de autocuidado.

Los cuidados generalmente recaen en las mujeres, muchas veces, con poco reconocimiento social y económico. Las economistas feministas han jugado un rol fundamental en visibilizar este trabajo y proponer formas de contabilizarlo y remunerarlo. Sin embargo, pese a que las mujeres llevamos gran parte del peso de los cuidados, no somos contempladas por la planificación urbana y de transporte -ni tampoco niños y niñas, adultos mayores y todos aquellos humanos y no humanos que requieren cuidar y ser cuidados-. Así las mujeres tenemos que armar complejas redes de cuidados para resolver, de manera muchas veces oculta, las necesidades de cuidado que requerimos para reproducir la vida.

Necesitamos reconocer la importancia de los cuidados, no solo para lograr su remuneración o diseñar mejores ciudades que contemplen actividades que hasta antes de la pandemia estaban invisibilizadas, sino que para desfamiliarizar y colectivizar estas responsabilidades de forma tal que recaigan en toda la sociedad y no siga siendo un tema que resuelven privadamente las mujeres. Esto implica hacer responsable no solo a los maridos del cuidado de los hijos, sino a la sociedad completa en los cuidados que requerimos todos los días. Esto nos lleva a ir más allá de pensar en el cuidado de y comenzar a pensar en el cuidado con, como formas más colaborativas y amplias de enfrentar cotidianamente nuestros presentes y futuros tan inciertos.

Esta columna fue publicada en Revista Pedalea

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