Daisy Margarit. Núcleo Milenio Movilidades y Territorios www.movyt.cl
Académica Instituto Estudios Avanzados IDEA USACH
Hoy -de acuerdo al informe sobre las Migraciones en el Mundo 2020 de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM)-, se estima que habrían 272 millones de migrantes internacionales, lo que equivale al 3,5% de la población mundial. Sin embargo, aunque la inmensa mayoría de las personas del mundo sigue viviendo en el país en que nacieron, es importante reconocer que el fenómeno migratorio va en aumento, especialmente para quienes migran dentro de su misma región. Se reconoce también que la enorme mayoría de las personas que migran a otros países, lo hace por motivos relacionados con el trabajo o la familia, pero también hay otros grupos que deben hacerlo por una serie de razones imperiosas y, en ocasiones, sin otras posibilidades como son los conflictos políticos, persecuciones o desastres ambientales. Finalmente, también están las fronteras migrantes al interior de las ciudades.
Generalmente, para hablar de los flujos de la migración y de la movilidad de los inmigrantes el punto de partida son las cifras, y, las trabas a las que se enfrentan las personas migrantes por los requisitos legales y administrativos que determinan los países receptores para el ingreso en las fronteras. Es en este punto en donde se configurarán movilidades migratorias diferenciadas, marcadas por un trato desigual y muchas veces discriminatorio, a partir del país de procedencia, el color de la piel y los motivos migratorios que acompañan a las personas. Si bien la movilidad de las personas es un derecho humano, este derecho en la práctica no se garantiza de un modo igualitario, solo algunos se mueven con libertad, a otros se les coarta y restringe.
No obstante esta realidad, existe otra dimensión de la movilidad en la migración, que refiere a las relaciones que se crean en los espacios urbanos al interior de la ciudad y que experimentan en sus vidas cotidianas las personas que han migrado una vez que se establecen en las ciudades de destino.
En efecto, es al interior de las ciudades en donde se erige otro tipo de fronteras para la migración, que al igual que en las fronteras geopolíticas del Estado-nación, en estos espacios se restringe la movilidad de los sujetos migrantes de acuerdo a su origen, color de piel y estatus migratorio. Estas fronteras se expresan, por ejemplo, a través del idioma para el caso de la población haitiana limitándoles el acceso al empleo formal, obligándolos en un primer momento a participar en la economía informal, en donde son más vulnerables a la discriminación y al abuso.
Así mismo, también para el grueso de los migrantes, la pandemia del COVID ha generado otra frontera infranqueable, y es que a partir de las políticas de prevención de contagios, se han restringido las actividades de los sectores en donde se concentra la mayor parte del trabajo migrante como es el comercio, la hotelería y los restaurantes, las pequeñas empresas y el sector informal (OIT, 2020), trayendo consigo una inmovilidad a partir de un doble confinamiento, por una parte la imposibilidad de retornar a sus países y por otra la movilidad cotidiana expresada en la construcción de una imagen de vectores de contagio, que en casos como el cité de Quilicura al principio de la pandemia, nos evidenció la imposibilidad de movilidad, reforzándose la idea de una extranjeridad como amenaza.
Si bien la ciudad posibilita espacios de creación, de diálogos interculturales, de intercambios de mercancías, de flujos, de relaciones sociales, económicas, y culturales, el principal reto que enfrentan actualmente las ciudades, como resultado del aumento de las migraciones, y la construcción simbólica de un “otro” como amenaza, es su capacidad de proveer igualdad de derechos en los espacios urbanos, por cuanto, es en estos espacios en donde confluyen y se entremezclan culturas distintas, que crean nuevos modos de vida, formas distintas de habitar, expresiones que nos llama a reivindicar el derecho a la diferencia, en la práctica es el derecho a la ciudad en el sentido del derecho a una vida urbana que puede ser constantemente transformada y renovada por quienes habitan ese espacio. El derecho a tener derechos, no se acota solo a los derechos sociales, económicos y políticos, implica también el derecho a que las personas migrantes residentes en Chile puedan tener un reconocimiento de su diferencia en todas las dimensiones de la vida cotidiana.
Esta columna fue publicada en Revista Pedalea
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