Santiago, 22 de octubre de 2019.-
La rabia es por lo que sucede en nuestras vidas cotidianas. Lo que los políticos y “expertos” ven son solo fragmentos de ellas: la salud por aquí, la educación por allá, el transporte como un problema del precio de la tarifa. Los habitantes, en cambio, experimentamos nuestras vidas en un continuo. Eso es la vida cotidiana. La forma en que hemos – y nos han – diseñado nuestras vidas en los últimos 30 años parece estar en la base de nuestro malestar. Y explotó por el aumento del precio del Metro quizás, justamente, porque nuestra movilidad juega un rol central en la vida cotidiana. Es decir, en lo que hacemos todos los días, de manera rutinaria, se manifiestan todos los conflictos que -como podemos percatarnos-, son invisibles para las autoridades y políticos en general.
Esa dificultad que tenemos para salir más temprano de nuestras casas debido a las responsabilidades de cuidado, las estrategias que adoptamos antes de empezar el día para poder completarlo cumpliendo con todas nuestras obligaciones, las opciones limitadas que tenemos para poner a nuestros hijos en los colegios que quisiéramos, no poder atendernos con el médico que deseamos, tener que pagar el supermercado con tarjeta Presto o crédito de cualquier tienda. O tener que tomar rutas alternativas todos los días para evitar balaceras o ventas de droga. Antes siquiera de subirnos a la micro, tenemos varias cosas de la vida cotidiana que resolver ¿quién cuida a nuestros hijos, nuestros ancianos a nuestros enfermos? ¿Cómo hacer si nos enfermamos y no se nos pagará por el día no trabajado? En la vida cotidiana vivimos nuestros trabajos precarios o múltiples -una disminución de la jornada laboral a 40 horas no hará mucha diferencia-, ya que deambulamos entre empleos formales e informales para poder llegar a fin de mes y pagar todas las deudas pendientes. El pasaje de Metro es una más de estas trabas que zurcimos todos los días. La experiencia de movilidad es una más de las dificultades de la vida cotidiana como el bus que no para, el torniquete, el metro lleno, la salida de la estación en mal estado, el manoseo en la micro, el miedo de no poder circular libremente por miedo a ser violadas. Todos estos elementos de nuestra vida están unidos y los vivimos todos los días, pero, esto es lo que pocos han sido capaces de observar y mucho menos vincular a los problemas más estructurales que tenemos como sociedad: al sistema de producción, a la organización de la ciudad, al sistema político. Nuestro problema es la vida cotidiana, estúpido, no una ley por allí y otra por allá. No se trata de mostrar más evidencias, sino de empezar a entender el mundo que habitamos de otra forma.
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