La pregunta que se ha repetido durante las últimas semanas es quiénes pueden parar y quiénes no en medio del coronavirus. Pese a la importancia de esta cuestión, la reflexión sobre lo que moviliza una pandemia como esta va mucho más allá e involucra, tiempos, espacios y maneras de afrontar lo cotidiano, desde lo más íntimo a lo social.
Santiago, miércoles 15 de abril de 2020.-
El 6 de abril recién pasado la Organización Panamericana de la Salud (OPS) reportó una duplicación de casos en solo siete días en Latinoamérica, situación tras la que la directora de la entidad, Carissa Etienne instó a los gobiernos a prepararse para responder a la misma velocidad. Sin embargo, la situación no es fácil de abordar considerando las grandes desigualdades existentes y las particularidades propias de cada territorio.
En este contexto, el Núcleo Milenio Movilidades y Territorios MOVYT quiso hacer una breve reflexión desde el continente, enmarcada en la perspectiva de la movilidad, invitando a diversos investigadores e investigadoras a preguntarse qué mueve el coronavirus en América Latina, para sumergirnos en el impacto cotidiano de las cifras.
Conversamos con académicos de México -el quinto país más golpeado de Latinoamérica que entró en cuarentena mucho después de que el virus ingresara al territorio-; Colombia -donde se ha solicitado ayuda internacional para atender a miles de venezolanos mientras se exacerba la crisis económica al interior- y Brasil -el más grande de Sudamérica, epicentro de contagios y polémicas por la definición inicial de medidas para enfrentar la pandemia-.
Su compatriota y colega Soledad Díaz, doctorante de la Universidad Autónoma Metropolitana de Azcapotzalco, refuerza la idea diciendo que la enfermedad no discrimina, pero las condiciones sociales sí, ya que hay mucha gente que tiene que salir a trabajar todos los días para poder mantenerse vivo “dicen que si no los mata el virus los va a matar la pobreza, entonces, prefieren salir a chambear (pitutear) como todos los días en vez de quedarse encerrados”.
En tanto, en Bogotá, una de las ciudades colombianas más afectadas de ese país por el coronavirus, emerge la experiencia de las personas en situación de calle. Tal como nos cuenta la investigadora de esa ciudad Carolina Rodríguez “aquí se han cerrado los hogares de acogida para evitar aglomeraciones, lo que les ha hecho perder una de las principales fuentes de cobijo y comida. Por otra parte, dejaron de recibir la ayuda que les otorgaban los transeúntes que circulaban diariamente por las calles”.
Más allá del espacio urbano
Continuando con la experiencia colombiana, en este caso, la de la frontera colombo-venezolana, la investigadora María Ochoa explica un caso particular de quienes viven la pandemia desde formas de vida diferentes a las de los estándares urbanos tradicionales, los wayú, pueblo que habita en este territorio.
La académica explica que ellos están sufriendo las consecuencias del aislamiento por diversos factores particulares de su situación, entre los que se encuentran la falta de agua (lo que complejiza el necesario y permanente requerimiento de lavarse las manos), las dificultades de comunicación (ellos hablan su propia lengua), la altísima tasa de desnutrición infantil (que los pilla con una inmunidad muy deteriorada), entre otros.
Pese a que se están activando donaciones e intentando entregar información en su lengua, el panorama es complejo pues viven en territorios altamente dispersos y aislados. Además, su forma de vida, la ranchería, implica que familias extensas compartan muchos espacios. Hay lugares que son privados -donde cada uno duerme, por ejemplo-, pero muchos otros son comunes, con un alto flujo de personas “no ha habido una lectura diferencial ni indígena de esta crisis. La restricción de la movilidad, el aislamiento y la sanción policial es poco efectiva en este caso. Debería abordarse teniendo en consideración otras concepciones de la movilidad”, dice.
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